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embiste al capital
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La “elección” más grande de México (I)
Número 53, Año 8, junio 2021

Terminó el escándalo del mercado electoral y, para vendedores y compradores, llegó la hora de sacar las cuentas. Para el pueblo trabajador, en cambio, queda la tarea de analizar y explicar lo que está sucediendo en el ámbito político más allá de los simples números en las urnas. Desde esta columna sugerimos algunas líneas de reflexión con el fin de avanzar en esa tarea.
La elección en los estados
Los resultados estatales muestran que los partidos que formaron la alianza “Va por México” (PAN-PRI-PRD) carecen de cuadros, estructura y programa, pero sobre todo de las bases que, de una u otra manera, podían movilizar hasta hace apenas unos años. Esto se debe, en parte, a que sus dirigentes han convertido estos partidos en un negocio familiar y personal, abandonaron cualquier rasgo identitario –la alianza, en sí misma, es la más clara expresión del pragmatismo y la promiscuidad ideológica–, son incapaces de formar políticamente a sus propios cuadros y, por último, los mecanismos que movían la clientela y el control corporativo están desgastados y, en muchos casos, fueron desmontados para ponerlos al servicio de otro partido o movimiento, donde produjeron más ganancias electorales.
Aunado a esto, la violencia, la ineficiencia y la persistente corrupción en el ejercicio del gobierno también han servido de catalizadores para que una parte de la opinión pública vea en Morena la única y, en muchos casos, la última opción política, preferible a las escandalosas gestiones de panistas, priistas y perredistas por igual.
Muestra de ello son los resultados de las gubernaturas. De los estados donde Morena consiguió el triunfo, el PRI gobernaba Sonora, Sinaloa, Zacatecas, Colima, Tlaxcala, Guerrero y Campeche; el PAN, Nayarit y Baja California Sur; y el PRD, Michoacán (cabe señalar que el PRI también perdió San Luis Potosí frente a la coalición PT-PVEM). En Chihuahua y Querétaro, donde el PAN mantuvo los rasgos esenciales de su identidad derechista, nada cambió. De igual modo, Morena mantuvo el control de Baja California. En Nuevo León, por otra parte, triunfó el máximo representante de la vanidad, el clasismo y la estupidez, Samuel García, hijo pródigo de la burguesía que domina a sus anchas el noreste del país desde los años 40 del siglo XX.
No hablamos de los perfiles de los y las gobernadoras electas porque, dada su trayectoria política, es una pérdida de tiempo. Basta señalar que casi todas y todos provienen del PRI y el PRD, sólo unos poquitos son cuadros propios de Morena y otros alcanzaron su puesto gracias a la alcurnia caciquil de sus parientes, como los Monreal y los Salgado Macedonio. Las fronteras ideológicas en el mercado electoral son sumamente porosas, y ni siquiera puede decirse que este ilustre grupo de nuevos ricos, digo, gobernadores, pueda ser caracterizado por su lealtad a López Obrador.
Además de esta mayoría de gubernaturas, Morena obtuvo el control de 19 congresos locales. Caso paradigmático es el de Tamaulipas, gobernado por el panista mafioso y represor de obreros Francisco Javier Cabeza de Vaca. El gobierno federal y su partido han dicho muchas cosas contra este panista corrupto, han pronunciado muchos discursos, pero en los hechos no han podido tocarle ni un pelo.
Cabeza de Vaca está libre y en funciones. El crimen organizado, la corrupción y las maquiladoras –esas empresas que, junto al turismo, la agroindustria y la minería, marcan el “progreso” y el “desarrollo” capitalista en México, y que esperan con ansia la construcción del Tren Maya, el Transístmico y el Proyecto Integral Morelos para controlar por completo el sur del país– siguen dominando Tamaulipas. Pero eso no importa. Lo importante, al menos para el presidente y sus seguidores, es que el discurso anticorrupción le permitió ganar a Morena más diputados locales y federales en dicho estado.
La elección de las y los diputados
Un elemento que no se puede perder de vista son los cambios en la composición de la Cámara de Diputados. No vamos a decir aquí quién ganó y quién perdió. Para eso están los defensores de uno y otro bando. Lo que nos interesa señalar es que la fracción parlamentaria de Morena, que hasta hoy se bastaba sola para legislar, ahora depende de sus alianzas con el Partido del Trabajo y el Partido Verde si pretende mantener su programa de reformas. En pocas palabras, Morena mantiene la mayoría, pero se encuentra en una posición precaria.
El PVEM, que hasta hace tres años era un “pequeño” negocio familiar que orbitaba alrededor del PRI, hoy tiene la posibilidad de inclinar la balanza parlamentaria hacia uno u otro lado. Lo mismo sucede con el PT. ¿Qué harán los verdes y los petistas en el Congreso? No podemos saberlo con certeza. Pero hay algunas cuestiones evidentes.
Nadie, ni el más fanático de los seguidores de López Obrador, puede sostener que el Partido Verde es una fuerza de “izquierda” y, por lo tanto, que su lealtad a Morena –asumiendo que Morena llegara a presentar alguna iniciativa de “izquierda” en el Congreso–, esté asegurada. La trayectoria del PVEM encarna la historia del oportunismo, la corrupción y el pragmatismo más descarados. Aun así, Morena ha decidido tenerlos de aliados y, en su afán de votos, les ha permitido crecer hasta el punto que hoy depende de ellos. Esa alianza es, literalmente, un “balazo en el pie” para Morena, al menos, en términos de la política menuda, cotidiana, que predomina en los pasillos de San Lázaro.
Con el PT es otra cosa. El partido tiene los mismos rasgos oportunistas y pragmáticos que el Verde, pero intenta presentarse como una organización que surgió y se mantiene en la “izquierda”. Más allá de eso, el PT depende por completo de su alianza con Morena. A pesar de ello, no se puede obviar que el PT en alianza con el Verde postuló a la gubernatura de San Luis Potosí a Ricardo “El Pollo” Gallardo, quien arrastra un pesado costal de acusaciones de enriquecimiento ilícito y corrupción, a tal grado que está en la mira de la omnipresente, pero impotente, Unidad de Inteligencia Financiera.
En resumen, Morena, como partido, está obligado a mantener su “coalición” con el Verde y el PT para conservar la mayoría de la Cámara de Diputados. En este sentido, es totalmente previsible que haga toda clase de concesiones y posiciones políticas a nivel local a cambio de votos en puntos clave para López Obrador, como el presupuesto. A la precaria posición de Morena en la Cámara de Diputados como resultado de sus alianzas, se suma el crecimiento de la “oposición” conformada por las fracciones parlamentarias de la coalición PAN-PRI-PRD y, con toda seguridad, Movimiento Ciudadano, aunque este último también está dispuesto a negociar lo que haya que negociar para obtener lo que sea necesario obtener.
En este sentido, si bien es cierto que la alianza PAN-PRI-PRD no logró obtener la mayoría que buscaba, sí logró equilibrar la correlación de fuerzas en San Lázaro. Los nuevos espacios conquistados por estos representantes de los sectores no hegemónicos de las clases dominantes los ponen en una posición de fuerza que utilizarán, principalmente, para desplegar una intensa labor de agitación y propaganda en contra del gobierno federal y, particularmente, contra López Obrador, con miras no a destituirlo en los siguientes tres años, sino a recuperar la presidencia en 2024. Campañas “de miedo” y slogans sobre los “peligros” van incluidos y serán constantes, por supuesto.
La nueva situación en el Congreso, caracterizada por la precaria mayoría de Morena y el repunte de la “oposición”, a pesar del fiasco electoral en los estados, coloca a la burguesía como clase en condiciones para exigir plenas garantías que aseguren la buena marcha de sus negocios y el mantenimiento de los principales rasgos del Estado mexicano. Ese es el trasfondo de la reunión que sostuvo el Consejo Mexicano de Negocios con López Obrador el 10 de junio pasado.
Que nadie se llame a engaño. Esto no quiere decir que Morena y su gobierno no representen a la burguesía. Lo que quiere decir es que ahora todos los burgueses, incluidos los X González, quienes habían sido desplazados del proyecto de la autodenominada “4T”, reclaman su lugar en la marcha triunfal e imparable del tren del “progreso”, el despojo y la explotación. Lo que quiere decir es que, en la guerra contra los de abajo, no están dispuestos a conceder nada, ni siquiera aquello que aparentemente signifique un respiro.
Queda por analizar lo que sucedió en la Ciudad de México, pero eso será motivo de otro artículo.,...¡¡¡.
Los saldos de la guerra contra las trabajadoras y los trabajadores
Número 51, Año 8, abril 2021

¿Dónde estamos parados a estas alturas de la crisis y la pandemia?
Llevamos poco más de un año en medio de la tormenta que han representado la pandemia por COVID-19 y la crisis económica. Esto ha golpeado a los de arriba y nos ha golpeado a los de abajo, pero de ninguna manera por igual. Esta circunstancia ha puesto en mayor evidencia la indefensión a que estamos sometidos como clase trabajadora: pérdidas de empleo, descuentos salariales unilaterales, pagos a destiempo, reducción de derechos laborales, trabajo obligado en condiciones sanitarias nada dignas desde las maquilas en el norte del país hasta el sureste del país, la imposición del teletrabajo cargando sobre los hombros de las y los trabajadores su sostenimiento en términos de equipo y gasto económico. Con todo ello se ha acelerado y profundizado, para los de abajo, la pérdida del poder y control sobre el trabajo y en el centro laboral. Los dueños del dinero, los patrones, han aprovechado para apresurar el avance de su proyecto de organización del trabajo imponiendo crecientes niveles de explotación, flexibilización, precarización y desorganización.
En medio de esa tormenta las organizaciones sindicales se han visto limitadas para responder ante la situación bajo el interés de los trabajadores. Es cierto que lo anterior se debió en lo inmediato a la falta de condiciones para reunirse y movilizarse presencialmente, pese a las formas novedosas de lucha virtual desplegadas y de movilizaciones en la calle con contingentes limitados. Pero no fue posible realizar demostraciones de fuerza que pudieran revertir el avance del proyecto de los patrones.
Sin embargo, la circunstancia que se volvió más evidente durante este año ha sido producto de décadas de una ofensiva contra las organizaciones de las y los trabajadores. Hoy vivimos las consecuencias de esos procesos. Por eso en este breve texto queremos compartir algunas respuestas a dos sencillas preguntas ¿Qué es eso de la guerra contra las y los trabajadores? ¿Cómo podemos sintetizar la situación de las organizaciones sindicales hoy día? Responder estas preguntas nos servirá como un punto de partida para pensar la ruta que necesitamos recorrer para recomponer nuestro poder y el camino.
Apuntes para comprender la guerra contra las y los trabajadores
La guerra contra los trabajadores expresa un aspecto particular de lo que denominamos guerra contra el pueblo. Es quizá el aspecto de mayor importancia para los intereses del imperialismo norteamericano y el capital trasnacional por lo que supone en términos de la dominación capitalista sobre el pueblo trabajador.
Tradicionalmente se entiende el fenómeno guerra como una confrontación entre dos bandos por la conquista y defensa de territorios, enfrentados en un terreno especifico y desplegando poderío militar con el objetivo de eliminar al ejército enemigo. Sin embargo, en el caso de lo que enunciamos como guerra contra los trabajadores, ésta no tiene como característica principal la confrontación militar con el fin de eliminar al contrario, en este caso a los trabajadores, si no de someterlo completamente al capitalista por otros medios distintos a los militares. Hoy día el espectro de la guerra va más allá del estricto ámbito técnico-militar.
Desde sus orígenes en el siglo XIX, el movimiento obrero mexicano ha tenido que lidiar con la subordinación a la que es empujado por sus direcciones charras y corporativistas aliadas al Estado y que han impedido su consolidación organizativa y política. Pese a todo y en medio de condiciones adversas, hubo momentos en los que la clase trabajadora a través de sus organizaciones políticas y sindicales logró movilizar a otros sectores sociales y confrontar de manera importante a la patronal, la insurgencia sindical de 1970 fue muestra de ello. Hoy vivimos las consecuencias de las confrontaciones decisivas libradas en ese terreno en hace ya casi medio siglo.
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En dicha década, tras el fin de un amplio ciclo de acumulación de riqueza por parte de los dueños del dinero y como respuesta a la crisis económica, se desplegó una reestructuración social y productiva bajo la doctrina neoliberal, de la mano de la cual se implementó una política orientada al desmantelamiento de las grandes centrales obreras dejando a la clase trabajadora aun más dispersa y sin organizaciones fuertes con las cuales enfrentar la ofensiva del capital sobre ellos. Fue en ese periodo donde se impulsaron medidas tendientes a eliminar derechos sociales conquistados anteriormente, se restringió y combatió la organización sindical democrática o la agremiación sindical, se flexibilizaron las condiciones en las que los trabajadores realizan sus actividades en aras de la productividad dando como consecuencia el incremento de la intensidad en la jornada de trabajo, el deterioro de la salud y la disminución del salario. Lo anterior dio como consecuencia la configuración de generaciones de trabajadores precarizados, sin condiciones laborales adecuadas para desarrollar su trabajo y peor aún, sin la posibilidad de agremiarse o construir organizaciones para la defensa de sus derechos laborales o imponiendo sindicatos patronales para eliminar cualquier asomo de inconformidad.
Con una clase trabajadora reducida a su función productiva, aislada, dispersa y precarizada durante décadas, con la emergencia sanitaria derivada de la pandemia provocada por el covid19, asistimos a una vuelta de tuerca más en el proceso de explotación de las y los trabajadores.
Por un lado, el despido masivo, el cierre de los centros de trabajo y la consecuente reducción de personal, reducción de horarios, de salarios y prestaciones para quienes permanecieron contratados ha generado condiciones de vida aun más precarias a las que ya de por si se vivían. Para quienes han tenido que desarrollar su trabajo desde casa en la modalidad de teletrabajo el incremento del estrés y desequilibrios emocionales va en aumento.
Por otro lado, se ha incrementado la ganancia de los patrones al ver reducido su personal y los gastos que ello les acarreaba, han dejado de pagar salarios completos, rentas de espacios en los cuales desarrollaban su actividad y han pasado el costo de los servicios digitales, de alimentación y salud a los trabajadores.
Es en medio de esta situación de crisis capitalista, profundizada por la pandemia, en la que la lucha de clases se desarrolla en condiciones muy desventajosas para las y los trabajadores de nuestro país.
Una vista a vuelo de pájaro sobre el estado de las organizaciones sindicales hoy
Vemos que estamos parados sobre los múltiples saldos que nos deja la guerra contra las y los trabajadores. Entre ellos la destrucción de muchas organizaciones sindicales, al grado que hoy día la cantidad de sindicatos que quedan en pie es minúscula en comparación con el número de trabajadores en activo. Entre éstos nos enfrentamos a las dificultades que dejaron las reformas laborales en términos de la flexibilización las cuales arrojaron a millones de trabajadoras y trabajadores a empleos temporales, por horas, sin generar antigüedad y derechos derivados. Dicha volatilidad e inestabilidad impuesta se ha convertido en un obstáculo para construir organizaciones sindicales para la defensa y promoción de nuestros derechos frente a las condiciones de precarización generalizada que hoy vivimos. Esta situación de precarización, desempleo y desorganización se ha vuelto más aguda hoy día con la crisis económica y la pandemia.
Entre los que quedaron con una organización sindical se plantean desafíos importantes. Por un lado, se encuentran los sindicatos del viejo régimen corporativo que se renovaron como mecanismos de contención y control de las trabajadoras y los trabajadores, haciendo uso renovado de métodos antidemocráticos y autoritarios de vieja tradición. Por otro, entre aquellos organismos sindicales democráticos e independientes vemos que algunas fuerzas lograron resistir la embestida con algunas afectaciones: en el repliegue -con algunas excepciones importantes- numerosas estructuras se han debilitado, lo que quiere decir que han perdido fuerza al desconectarse de la base que es la que las dota de sentido; además de dificultades de conexión y robustecimiento por la base, se enfrentan tensiones en torno a disputas locales o domésticas entre distintas tendencias por el control de esas estructuras como un fin en sí mismo, la reproducción de vicios y prácticas políticas erradas que provocan la falta de unidad, la ausencia o debilitamiento de la discusión racional y la resolución sana de discrepancias, todos ellos provocados por la guerra, pero también por la falta de desarrollo de cuadros sindicales nuevos y de promoción permanente de procesos de formación político-sindical. Estas estructuras se encuentran aún más golpeadas con la dispersión que impone la pandemia ante los límites a la capacidad de reunión y movilización, con las autoridades y patrones imponiendo condiciones laborales. Esta circunstancia ha sido aprovechada por los dueños del dinero y el gobierno en turno, que han promovido la agudización de las disputas por cotos de poder entre las tendencias que se disputan esas estructuras, profundizando la división y fragmentación.
En resumen, vemos que la destrucción de organizaciones sindicales, la pervivencia del sindicalismo corporativo subordinado al interés de los patrones, así como las dificultades de los sindicatos democráticos e independientes que hemos resumido apretadamente, debilitan el poder de las y los trabajadores de lo doméstico a lo nacional. En un primer nivel, con la pérdida del poder sobre nuestro trabajo y condiciones laborales en el centro de trabajo, flaqueza que vemos con mayor crudeza en la pandemia. En un segundo nivel, dicha debilidad nos ha imposibilitado desplegar una política desde el interés general de los trabajadores -de clase- en unidad frente a políticas que se han implementado durante todo ese periodo, pero sobre todo en lo que va del gobierno de la 4T en cuestiones como la reforma laboral en materia de democracia sindical, la pervivencia de la subcontratación, las pensiones, por mencionar algunas y pese a las concesiones económicas obligadas que han realizado los de arriba como los aumentos salariales, los programas sociales para incentivar el consumo. Sólo las organizaciones sindicales más activas han desarrollado alguna resistencia, parcial, con acciones dispersas, pero aún sin lograr el nivel de agrupación que necesitamos para empujar cambios más profundos.
Consideramos que lo anterior nos plantea la necesidad de reconstruir el poder de los trabajadores en todos los niveles, lo cual pasa por un proyecto sindical, por la respuesta a la pregunta ¿Qué tipo de sindicato queremos las trabajadoras y los trabajadores de a pie? En una siguiente entrega buscaremos aportar a la discusión sobre estos planteamientos en la perspectiva de aportar a reconstruir y recuperar las organizaciones sindicales, pero también a construir las nuevas ahí donde no existen y son aún más necesarias.,... ]].
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